En términos generales, la biodiversidad hace referencia a la amplia variedad de seres vivos (vegetales, animales, hongos…) que habitan en un espacio determinado. El incremento y manejo de la biodiversidad se convierte en un elemento básico para alcanzar el equilibrio y la estabilidad de nuestro huerto.

La utilización de numerosas especies y variedades de cultivos a lo largo del tiempo y el espacio (rotaciones y asociaciones) genera agroecosistemas equilibrados, de tal forma que poblaciones de insectos que pueden llegar a convertirse en plagas se regulan de forma natural.

La idea equivocada de que nuestro huerto no debe albergar ningún ser vivo contrasta con la necesidad de contar con multitud de especies que convivan entre nuestras hortalizas favoreciéndose así la biodiversidad. Para lo cual es necesario contar con elementos y especies mas allá de los propios cultivos, lo que podríamos denominar como “infraestructuras ecológicas”. Este objetivo podemos alcanzarlo si contamos con setos vivos, árboles aislados, bosques isla, arroyos, charcas, ribazos, majanos, cajas nido para aves y murciélagos, “hoteles de insectos”… En definitiva, todos aquellos componentes que sirvan de hábitat para la fauna beneficiosa.

La fauna beneficiosa son aquellos animales que favorecen el desarrollo de nuestros cultivos. Generalmente son invertebrados, muchos de ellos insectos auxiliares, que son útiles para combatir las “plagas” de nuestras plantas, es lo que conocemos como control biológico, o aportan beneficios como la polinización. Para contar con ellos hay que ofrecerle lugares de refugio y fuentes de alimentación como néctar y polen de las flores, eso lo podemos conseguir con una espiral de aromáticas. También se incluyen otros organismos como aves, murciélagos, reptiles, anfibios, anélidos, arácnidos, bacterias, hongos… que mantienen el equilibrio del ecosistema y favorecen el mantenimiento de la fertilidad del suelo.