La fertilidad del suelo es uno de los elementos claves para el buen desarrollo de un huerto. En un centímetro cúbico de suelo viven millones de microorganismos que contribuyen con su actividad a mantener las condiciones necesarias para que cada uno de los elementos y seres vivos que en él habitan, puedan hacerlo en equilibrio, aumentando por tanto su fertilidad.


Dentro de los elementos del suelo, se encuentran unos que muchas veces son olvidados y que, sin embargo, favorecen con sus exudados y estructuras a que esto sea posible: los sistemas radiculares de las plantas. Las raíces no solo oradan el suelo aireándolo, ayudan a retener agua, o exudan sustancias necesarias, sino que entablan complejas relaciones con esos microorganismos fundamentales, muchas de ellas simbióticas.

Algunas lechugas regeneradas tras cortar la parte aérea y mantener las raíces en el suelo. Huertos del Proyecto Ecológico Andalhuerto. Hacienda de Quinto (Sevilla)

Tradicionalmente, cuando una planta cultivada ha llegado a su máximo potencial y comienza su declive, se arranca completamente del lugar en el que se encuentra para ser sustituida por otra, destruyendo de este modo las relaciones que ésta ha creado en el suelo a través del desarrollo de su sistema radicular y perdiendo con ello fertilidad.


Este sistema complejo, aúna una gran delicadeza con idéntica capacidad de regeneración, y, pese a que se destruya cada vez que se arrancan las plantas de raíz, vuelve de nuevo a crearse con el nuevo desarrollo de las siguientes raíces. Sin embargo, resulta inevitable el impacto y desequilibrio que estas continuas alteraciones acarrean por el camino.


La agricultura sinérgica aplica diversas técnicas en lo que a la gestión de la tierra se refiere, algunas de las cuales pueden extrapolarse y llevarse a la práctica en cualquier tipo de manejo, dentro de las recomendaciones de la agricultura ecológica. Una de ellas es la conservación de las raíces de las plantas de forma permanente dentro del suelo, para no romper sus relaciones.


Para ello, cuando se quiera quitar una planta del huerto, se puede cortar la parte aérea, bien tres o cuatro centímetros por encima del nivel del suelo, si se desea que vuelva a crecer la planta (caso de las lechugas, por ejemplo) o bien dos o tres centímetros por debajo de este nivel, si no se desea que esto ocurra; pero siempre dejando sus raíces enterradas.

Con ello, se favorece que las relaciones establecidas sigan desarrollándose hasta que se humifiquen todas las raíces, aumentando, además, la cantidad de materia orgánica.


En algunas ocasiones, y pese a cortar por debajo del nivel indicado, emergerán de nuevo plántulas en los lugares donde se dejaron los sistemas radiculares enterrados, que se podrán conservar para que se desarrollen de nuevo, o bien extraer con cuidado con parte de la tierra de alrededor para realizar su trasplante al lugar que se desee, según el plan de rotación.

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